Pico Fortún Comarca de la Tercia (León) |
La
mañana apareció luminosa aquel día de primeros de mayo de 1983, en la pequeña
comarca de la Tercia. Este bello territorio está situado en la montaña central
de la provincia de León y a través del Puerto de Pajares se deja atrás la
meseta y se accede a Asturias. En su cielo, de intenso azul, se recortaban las
crestas y picos montañosos que, como centinelas, la rodean. Las lluvias de
abril acentuaban los diferentes matices verdes que invaden el valle, ofreciendo,
a quien lo observa, una poesía visual.
En la plaza del Ayuntamiento (hoy plaza de la
Constitución) de Villamanín, población que aglutina los ayuntamientos de los pueblos
que conforman la Tercia, más de una veintena de niños y niñas del colegio
público de Santa María de Arbas, de edades comprendidas entre los 12 y 14 años,
esperaban la orden de subir al autobús para iniciar una excursión cultural a
la ciudad de León, cuyo objetivo principal era la visita a la Catedral. La
mayoría de los niños no habían salido de la zona, de manera que el propio viaje
les parecía una aventura y una desbordante emoción lo ponía de manifiesto.
Uno de esos niños era Anselmo. Vivía en un pueblecito
próximo a Villamanín, que en años pasados gozó de escuela. Aún hay quien
recuerda con cariño a Doña Consuelo Buil (de Barbastro), su entrañable maestra
durante bastantes años.
Fue de su abuelo materno de quien heredó, además del
nombre, el interés por la historia, el arte y la cultura en general. Al abuelo
Anselmo le tocó hacer la guerra civil en el frente de Teruel y quizá lo que
vivió y vio despertó en él el deseo de saber el “porqué de las cosas”. Un autodidacta,
pues apenas fue a la escuela, y siempre con un libro entre sus manos.
Se encontraban los dos en la plaza, abuelo y nieto y, junto
a ellos, Paquín, su amigo inseparable y de carácter opuesto. Anselmo,
fantasioso e imaginativo, Paquín tranquilo y con una madurez por encima de su
edad. El abuelo les daba las últimas recomendaciones: cuidado Anselmo, no te
despistes que eres mucho de “volar solo”. Por favor, Paquín, contrólalo.
El autobús partió camino de León. Uno de los maestros les
adelantó el programa previsto: visita rápida a algunos de los monumentos más
conocidos de la ciudad y, a primera hora de la tarde, la visita a la Catedral,
que era el objetivo principal. Se hará caminando para que conozcáis también la ciudad,
así que os pido la máxima atención.
Comenzaron viendo San Marcos y después fue el turno de
San Isidoro. Breves las visitas y concisas las explicaciones. Algo de historia,
época de construcción y estilo de la obra. No querían saturar a los niños con
mucha información. Comieron en el Parque del Cid. Al terminar, pasaron a ver el
precioso edificio construido por Gaudí (conocido como Casa Botines).
Ascendiendo por la calle Ancha, llegaron a la plaza de
Regla (también llamada plaza de la Catedral). Era el momento esperado por
Anselmo. Su abuelo y él, desde que estuvo programada la excursión, habían
hablado mucho de ella. Estaba ante la “Pulcrha Leonina” (la bella de León). Su
mirada encantada, delataba admiración.
Uno de los maestros se puso de espaldas al templo, reunió
a los niños delante de él, y les dijo: Como veis, estamos ante la fachada
principal de la Catedral de León dedicada a la Virgen de Regla. Su construcción
se realizó a lo largo del siglo XIII. Es la catedral más afrancesada de España
por su parecido con las de Chartres y Reims (ciudades francesas). Se trata de uno
de los edificios monumentales góticos más importantes que existen. Destaca,
entre otras cosas, por tener, quizá, la mejor colección de vidrieras medievales
que existen en el mundo.
Anselmo estaba absorto mirando todo lo que le ofrecía aquella
maravillosa fachada, en especial, el fantástico rosetón del que se dice que es
el corazón de la ciudad y las puertas de entrada, en las que distinguió el
cilindro llamado “locus apelationis”, donde se juzgaba a los reos.
Una vez dentro del templo, los envolvió una atmósfera
de luz y color inigualable. Los chicos, sobrecogidos por aquel clima, se
apiñaron alrededor de los maestros. Anselmo no podía bajar la mirada de las vidrieras
que, tamizando la luz del día, convertían a ésta en una preciosa luz gótica con
una infinita gama de colores.
Vidrieras del ábside (Catedral de León) |
Juntos fueron recorriendo el perímetro de la catedral,
deteniéndose ante los detalles más relevantes. Anselmo los seguía como un
autómata y se dejaba arrastrar por la magia de esa tela de araña tejida con
hilos de historia, que invade el interior de la catedral de León, y que le provocaba
sensaciones nunca sentidas. De fondo una suave música con piezas dedicadas a la
virgen (era el mes de mayo). Para Anselmo eran notas que salían de las 737
vidrieras y configuraban una melodía particular.
Y en su recorrido llegaron a la puerta norte. Reunidos
en el atrio, a los alumnos les salió un ¡¡Oh¡¡ de sorpresa y admiración. Toda
la portada mantiene el policromado original. Arriba, el Pantocrátor y en el
centro la Virgen con el niño en un brazo y una rosa en la mano derecha. Al
terminar las explicaciones el maestro hizo un gesto con el fin de llamar la
atención de los alumnos y continuó:
Cuenta la leyenda que, en el siglo XVI, cuando un capitán de los Tercios de Flandes, ebrio y enfadado por haber perdido todo su dinero jugando en la plaza, entró en la catedral por esta puerta, miró a la Virgen y tiró con rabia sus dados, con la mala fortuna de que uno de ellos golpeó la cara del niño, de la que empezó a manar sangre. Al día siguiente, sintiéndose avergonzado por la fechoría, pidió ingresar en el convento de franciscanos. Desde entonces a la Virgen de la puerta norte de la Catedral se la conoce como la “Virgen del Dado”.
Allí terminó la visita al interior del templo. Los alumnos se encaminaron en orden a la salida. Anselmo, se paró en el crucero, levantó la vista para admirar una vez más aquellas vidrieras, sobre todo, las azules del ábside y los rosetones laterales. Paquín tuvo que ir a buscarlo.
En su recorrido por el exterior de la Catedral, una maestra y el grupo se pararon frente a la fachada porque quedaban algunas pinceladas por aclarar en relación con la visita a San Isidoro, que como habían podido observar era un edificio de poca altura y la iglesia oscura. A esa forma de construir se le llamó ARTE ROMÁNICO. A finales del siglo XII, maestros franceses decidieron elevar al cielo sus catedrales y darles luz y alegría a los templos, mediante vitrales. La mejor muestra de esta nueva forma de construir, bajo los cánones del ARTE GÓTICO, es esta maravillosa catedral que acabamos de visitar. Como veis, para sostener los frágiles muros, a causa de su altura y las abundantes vidrieras, idearon los contrafuertes y arbotantes, que se aprecian en esta fachada sur.
Y así terminó aquella excursión cultural. En el viaje de vuelta, Anselmo permaneció callado. A su lado Paquín respetó ese silencio. Sabía que estaba “volando”, como decía el abuelo, y es que su amigo había llevado a la excursión expectativas y sueños, y regresaba con todos ellos superados con creces.
Con
ayuda de esta visita bajó a la realidad los conceptos del arte gótico, arcos
apuntados, gárgolas, vidrieras, contrafuertes, arbotantes, etc., que antes
estaban en su imaginación. Le encantaron las leyendas (primas hermanas de la
historia), sobre todo la de la Virgen del Dado y la del topo que destruía por
la noche lo que los obreros construían por el día. Estaba exultante y emocionado, tanto que
decidió en aquel momento que de mayor estudiaría arte y arquitectura.
Aquella noche, ya en casa, cuando sus padres se habían retirado a descansar, sentados en el “escaño” de la cocina (en Aragón lo llamamos cadiera), ante la mirada expectante del abuelo, Anselmo contó con detalle todo lo que había visto y sentido, sus sensaciones y emociones y le pidió al abuelo bajar de nuevo a ver la catedral en su compañía. Ante el entusiasmo y la excitación del niño, el abuelo asintió. ¿Sabes que te ocurre, Anselmo?, pues que te ha atrapado el alma de la catedral, forjada por siglos de historia, y ya formas parte de ella. Y sí, iremos a verla los dos, pero ahora vete a la cama, necesitas descansar, aunque creo que la catedral se paseará por tus sueños.
El abuelo Anselmo, como era su costumbre cuando las noches no eran frías, salió fuera de la casa. Decía que por la noche la tierra huele distinta. Reflexionó sobre su nieto. Pensó que con aquella sensibilidad especial que tenía sufriría en muchas ocasiones a lo largo de su vida. Él sabía de eso por sí mismo.
De pronto hizo su aparición la brisa del oeste que acaricia los montes. Cuando eso ocurre el pico de Fontún y Peña Laza emiten un silbido, a veces alegre, otras triste como un lamento, que para el abuelo Anselmo era el espíritu de la Tercia, la tierra que tanto amaba y que, más allá de la poesía del paisaje y de la excelente gastronomía, se nutre de la vida de sus buenas gentes, la de aquéllos que viven allí y la de los que se fueron, así como de la propia tierra con huellas de historia, que hay que conocer por ser el soporte de la memoria.
Al poco, el abuelo Anselmo se retiró pensando en su nieto, en la agitación que había experimentado aquel día, y que seguro iba a revivir al despertar.
Mañana
será otro día, se dijo, que presiento intenso.
Alfonso Ordín Náger
Puro realismo mágico. Pero esta vez ¿más como Delibes?
ResponderEliminarAnselmo crío y Anselmo abuelo, dos personajes entrañables. Si además existen o existieron tanto mejor.
Gracias Francisco. El día que te "conozca", te compraré un pito o un par de gafas. Lo que quieras
EliminarAlonso, mejor algo de comer
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