Esta vez quiero recuperar un comercio, Ocasiones Vila, y la calle que lo acogió se me resiste. De ella me vienen ahora pinceladas, como las sesiones de cine, recomendadas por José María Añaños, en la casa de los hermanos Argensola, o la tienda Caprichos, en la que mi madre iba a comprar helados para obsequiar a los que venían a casa el día del Carmen.
Se trata de la calle Mayor (hoy, Argensola), que a partir de mis catorce años fue "la calle de la frutería Celma" porque esa era la tienda de mis amigas. Recuerdo las manos de Clara eligiendo con mimo cada pieza de fruta, mientras yo esperaba para poder charlar con ella, y cómo no, el empuje de su madre, Josefina, una mujer vital y ocurrente (y así continúa pasados los 90), alma de un negocio que requería el esfuerzo, en distintos frentes, de la familia al completo. En su casa de la calle Martínez Vargas me sentía como en la mía y cualquier hora era buena para pasar ratos, no sólo de estudio. Me llegan mañanas luminosas, Manhattan Transfer en el tocadiscos, y risas, muchas risas.
Calle Argensola (Barbastro) |
En el tiempo que traigo, el solar de la imagen lo ocupaban la confitería Güerri (esquina Mayor con Martínez Vargas), Ocasiones Vila, la zapatería Lázaro y la frutería Celma. Enfrente vemos la casa donde estaban los Almacenes El Pilar. La foto la he tomado desde los jardines de la UNED, por aquel entonces, en una parte de su sede, Argensola, 60, desarrollaba su actividad la Imprenta Corrales.
No sé con qué frecuencia
iría a Ocasiones Vila, pero esta tienda se quedó dentro de mí unida a la emoción que me
despertaba la creencia de que en aquella casa sólo podían pasarme cosas buenas,
como le ocurre a Audrey Hepburn en Tiffany. Ocasiones Vila no era una joyería sino una
tienda de confección.
Un día, hace un tiempo,
reconocí a la dependienta y este verano, ¡por fin!, me atreví a expresarle el
grato recuerdo que conservo del comercio así como el interés por confirmar
destellos que afloran cuando me descubro dentro.
“Me llamo Fina Mur”. Ya
sabía el nombre de la persona que nos atendía con delicadeza, la que se
afanaba por mostrarnos uno y otro, y otro jersey, todos protegidos en bolsas de
plástico individuales. Desdoblar y doblar con destreza hasta que dábamos con el
preferido.
Recuerdo un suéter rojo
con botoncitos blancos y también el abrigo evasé que me compraron, verde, de
cuadros, con amplio foulard a modo de cuello que heredó mi madre, ¡y qué guapa
estaba!, cuando el primer trabajo me llevó a tierras cálidas.
Las charlas con Fina me
han permitido conocer la historia de un negocio del que desconocía todo; con sus palabras dejaba patente que fue feliz formando parte de él y que se sintió muy considerada “… me aseguraron desde el primer día”, también que mantiene viva la
amistad con el propietario y su familia.
Qué sorpresa he tenido al
conocer que Fina había vivido en la calle Monzón, esquina con el callizo El
Saco, "en casa Sallán, donde está la peluquería Sesé" y al lado, a pie de
calle, me cuenta que estaban los retales
de la Señora Eulalia (“y en el primer piso se despachaba leche”). Esta cercanía
propició que al acabar el último curso en la escuela de Dña. Clara, a los 14
años, se acercara a la retalera y empezara a familiarizarse con la venta. Su
afición y buen desempeño llegaron a oídos de Joaquín Castelló Vila, dueño de Ocasiones Vila, y empezó a trabajar allí.
Joaquín Castelló Vila, junto a Fina Mur y Mª Ángeles Raluy Abajo a la izquierda Fina Mur con Carmen Castelló Vila |
Dña. Saturnina Vila se
instaló en Barbastro (procedente de Alicante) con dos de sus hijos, Joaquín y
Carmen. Con anterioridad, un tío de estos jóvenes, hermano de la madre, se había ido a vivir a Sarvisé, pueblo
montañero del Pirineo oscense, y trabajaba como “tejero”, (fabricando tejas).
Motivados por él y con el mismo afán de prosperar dejaron atrás el Levante.
En la tienda, en honor a
la madre bautizada con el apellido VILA, empezaron mano a mano los hermanos, y
después llegó Fina. Al principio, según le contaba Carmen, el hacerse con stock fue complicado y le confesaba que exponían algunas cajas vacías, marcadas, entre otras que sí contenían género. El negocio fue haciéndose un hueco en el
Barbastro de los 60 y el espaldarazo llegó con la construcción de la presa de El Grado: “Entraban mujeres y niños y compraban sin dejar cuenta pendiente; entre el 4 y el 5 del mes siempre se hacía caja”.
Ocasiones Vila obtenía
buenos precios de los proveedores, incluso tenía alguno que sólo vendía género
con tara (medias de nylon con una pequeña diferencia de tamaño, camisetas
asimétricas …). La tienda se iba conociendo popularmente como “Los Saldistas” mientras la gama de
productos crecía; a la ropa interior o las prendas de punto se unieron
abrigos, trajes de comunión y hasta de boda.
Joaquín siempre fue un
hombre generoso y entregado al negocio, metódico y atento con clientes y
empleadas.
Fina me ha regalado
charlas repletas de detalles y el último día me esperaba con las fotografías,
para mí auténticos tesoros. Qué calidez me devuelven las imágenes; los
uniformes bordados con el nombre de la casa, el arco como elemento decorativo, no
solo para dar paso al probador (aquel lo recordaba muy bien), los mostradores
de madera, las estanterías repletas. Y por encima de todo, los protagonistas de esta crónica: Fina, Joaquín y Carmen.
Gracias Fina, por todo.
Me rindo a la calle
Argensola, una vía con alma fluvial que al poco de nacer (en General Ricardos) se
abre al río Vero a través de la “placeta de la Matilde” (Argensola, 14),
hermosa ventana al puente de San Francisco y a la iglesia de la que toma el
nombre. Hacia la mitad del trayecto gira los ojos al lado opuesto del río y se
hace una con la plaza del Mercado. Cuando reinicia la dirección natural (paralela al
Vero) aún se asoma una vez más al cauce, a su paso por el puente del Portillo, y regresa a ella para ascender hasta el final, casi a los pies de la torre de la Catedral.
El comercio unido a las calles, que sea por mucho tiempo.
Calle Argensola (Barbastro) |
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ResponderEliminarGratos recuerdos de otro tiempo, M Angeles Raluy también fue locutora de Radio Barbastro
ResponderEliminarTus relatos, son como caricias de emociones. Muy bonito
ResponderEliminarUn relato lleno de ternura Charo. Muchas gracias por tus publicaciones, siempre tan emotivas!! Y esas fotos en blanco y negro, qué bonitas!
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ResponderEliminarComo nieto de Saturnina, hijo de Cary, sobrino de Joaquín y amigo que siente como familia a María Ángeles y a Fina, no puedo más que darte las gracias por este artículo tan emotivo que me devuelve a la única patria posible, la de la infancia.
ResponderEliminarComo todos los tuyos, Charo. Se suele decir, cuando se valora un plato en gastronomía, valga la comparación, "pura ambrosía". Pues eso.
ResponderEliminarEl escenario que describes, junto a la plaza del mercado, fueron los de mi infancia, adolescencia y juventud. La foto, la del final de tu escrito, parece que estuviera hecha desde mi casa. Por un momento he recordado estar en el balcón del 2º piso viendo lo mismo. He vuelto a ser un zagal.