martes, 1 de junio de 2021

CALLE COLEGIATA (MADRID)

A lo largo de los siglos, esta calle ha tenido multitud de nombres; algunos de los cuales están relacionados, de una u otra forma, con comunidades religiosas vecinas.

Cuentan las crónicas que el convento de La Concepción Jerónima (fundado en 1509 por Beatriz Galindo, “La Latina”), tenía en su parte de atrás una cuadra, en la que se criaban burras de leche. Pudo ser el azulejo anunciador, situado en nuestra calle, el causante de que a la calle Colegiata se la llamara, por aquel entonces y durante mucho tiempo, la calle del Burro.


Calle de la Colegiata
(Al fondo, la plaza de Tirso de Molina)

El nombre actual hace referencia a la Colegiata de San Isidro, ubicada en la calle Toledo, n.º 37. En días soleados, este templo proyecta la sombra sobre la calle Colegiata, con la que comparte unos 70 metros de su fachada lateral. El trazado de esta vía empieza en la plaza de Tirso de Molina y termina en la calle Toledo.

He sentido la necesidad de volver a ella, después de muchos meses, y la he recorrido en las dos direcciones, pero, sobre todo, he tenido la suerte de vivirla sin salir de casa, frente a frente con el niño que creció a su amparo hace más de medio siglo y que la recuerda ahora, en su convalecencia. Una vez más las calles son nuestras aliadas, de su mano podemos regresar a ese lugar de la memoria en el que nos sentimos a salvo porque recuperamos la paz y, al conseguirlo, despejamos el horizonte.

Benito Pérez Galdós la inmortalizó en algunos de sus relatos; también desde finales del siglo XIX tuvo gran protagonismo al contar con el teatro Romea, al que sucedió el Tivoli, levantado en el mismo solar, tras quedar destruido por un incendio el primero. Además merece destacarse la convivencia, durante algo más de 70 años, de las redacciones de dos periódicos; en 1936 se cerraría El Debate (editado desde 1910) y en 1939 el Heraldo de Madrid, en la calle Colegiata desde 1892.

Acompañada por novelas, libretos y diarios me adentro en otra parte de su historia, más reciente y familiar. Esta calle de las letras amigas me habla de que en el n.º 12 hubo una imprenta (desde 1883) y de que en ella trabajaba un cajista, Leandro, distinguido y con buen porte, que si bien, durante la guerra civil,  tomó  parte activa en la expropiación del negocio, cuando éste volvió a manos del abuelo Julián siguió construyendo la forma tipográfica y desarrollando sus dotes comerciales como si allí no hubiera pasado nada. No en vano, el propietario, D. Julián Narbón Rodríguez, fue hombre inteligente y práctico donde los haya. A modo de anécdota, era hincha del Atlético de Madrid, pero tenía carnet del Real Madrid, por si las moscas.

A mediados del siglo XX, Colegiata estaba repleta de negocios: almacenes de tejidos, maderas, herrajes y guarnicionería, imprenta, corcheras, sastrería, barbería, panadería y hasta una tienda de lanas,  Magro (esquina con Conde de Romanones). En la siguiente esquina, el único bar, El Progreso, y a su lado, pero ya en la plaza de Tirso de Molina, la pastelería Izquierdo (hoy en la calle Rodríguez San Pedro), en la que cada noche de Reyes se compraban los roscones para la imprenta.

La calle que invoco, además de contar con las letras metálicas que entintaban las minervas y la plano cilíndrica Mercedes de la Imprenta Narbón, albergaba un centro de enseñanza que abarcaba desde las primeras letras al bachillerato. El Colegio de D. Antonio estuvo  en el n.º 6 hasta que la casa fue declarada en ruina, momento en el que se instaló justo a su espalda, en Conde de Romanones, n.º 10.

En este colegio germinó la amistad de dos niños vecinos, uno de Colegiata 12 y el otro de Conde de Romanones 10. En el parvulario, con la señorita Mari Paz, empezaron a compartir letras y tras ellas llegaron juegos, meriendas, carreras de coches en cualquier lugar y también con el preciado Scalextric. Más adelante, excursiones a la sierra y la pasión por los coches en miniatura, y algún que otro rato de Scalextric ... y un buen puñado de diecinueves de enero y, por supuesto, las novedades de cada colección de modelismo, que se han convertido en una buena excusa para reencontrarse y obsequiarse con una cena para cuatro.


C. Conde de Romanones, n.º 10
En la época colegial, patio de juegos infantiles

Al niño hijo y nieto de impresores, su madre le solía decir: “¡Qué ya han pasado las burras de leche!”. Por aquel entonces, los años 60 del siglo pasado, ya nadie conocía la denominación “calle del Burro” para referirse a la calle Colegiata, sin embargo, la expresión que anunciaba tardanza y exhortaba a darse prisa pudo tener su mismo origen.

En la actualidad, la vida comercial de la calle Colegiata sólo está representada por un puñado de establecimientos, entre los que destaco Curtidos Villaverde, en esta calle desde 1903 como proveedor de fornituras para marroquinería, calzado y confección, además de impulsor de la actividad artesanal mediante exposiciones gratuitas para los magos del cuero.

Otro negocio que también fomenta actividades artesanales, en su caso a través de las manualidades,  es Artesanía CHOPO, de reciente instalación en Colegiata, n.º 16. Y no son los únicos.

Obviado el tránsito continuado de vehículos, la vitalidad de esta calle está dormida y son sus escasos negocios los que abogan por dinamizarla. Apuestan por el comercio afectuoso y el trabajo realizado con el afán de perdurar, en detrimento de aquéllos que alimentan la nociva práctica del usar y tirar. Veo en estas coincidencias una llamada de atención para que, entre todos, recobremos el tiempo perdido.

Por la calle Colegiata, "ya han pasado las burras de leche", así que toca apresurarse si queremos devolverles la vida a nuestras calles.


Calle de la Colegiata (tramo final)
A la vista, torres de la Basílica Pontificia de San Miguel (c. San Justo)


4 comentarios:

  1. uhmmmmm, me recuerda algo próximo, como si lo hubiese escrito yo mismo....

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  2. Lo que sin duda has hecho es inspirarlo. Gracias, Julián

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  3. Charo, gracias por transportarme a este sitio que no conozco y sobre todo vivir el momento como si estuviera yo ahí también con " este niño " apasionado por los coches en miniatura. Uno de ellos, expuesto en la habitación de Álvaro, creo recordar desde aquel viaje tan especial visitando el Santiago Bernabéu... Muchos recuerdos, mucho cariño, un abrazo y hasta pronto!!!!

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  4. Gracias a ti, por seguir el blog y además por compartir recuerdos de vida.

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