Naciste hace más de mil años. Corazón de una nueva
ciudad mora, que se fue poblando poco a poco con musulmanes, judíos y algún
cristiano. Baluarte defensivo, estratégica y codiciada y, por ende, bien
murada.
Centro de la trama urbana que te rodeaba y faro de la ciudad, en la que las distintas culturas coexistían sin problema. Zoco y mercado judío y, con anterioridad, foro romano y ágora griega.
Plaza de la Candelera |
Pero tu piel también sufrió las consecuencias de las
guerras, siempre cruentas. En la segunda mitad del siglo XI presenciaste brutales batallas. La toma de la ciudad a los musulmanes tuvo lugar en 1064
(considerada la primera cruzada o protocruzada de la cristiandad), sin embargo
habría que esperar hasta 1100 para que Barbastro fuera definitivamente
cristiana, hecho que ocurrió tras un persistente asedio por parte de Pedro I.
Como sabemos todos los barbastrenses, fuiste
escenario del más trascendental acontecimiento de la Edad Media, no solo de
Barbastro sino de todo el Reino, y uno de los más importantes de la España
medieval: Los esponsales de Petronila con Ramón Berenguer IV, en agosto de
1137. Se estaba gestando la Corona de Aragón.
Al acto acudieron las más importantes autoridades de
Aragón y del Condado de Barcelona. Rey y Conde, nobles y damas de ambas cortes
daban colorido al evento y la niña Petronila, que apenas se tenía de pie, se
mostraba sonriente, pero indiferente a la magnitud y boato de la
ceremonia, a pesar de ser protagonista
de la misma.
El pueblo con sus sayas pardas, se ceñía a ti. Jóvenes
y viejos de sol y de años miraban atónitos a aquellos personajes, la mayoría
ajenos a la extensa liturgia, y se fijaban en la niña graciosa que sonreía.
El calor bochornoso, de aquel 11 de agosto, aplanaba los cuerpos hasta que
la sombra le ganó terreno al sol y una aventada suave y fresca entró por las
calles, que nacían en la puerta de Huesca, acariciando la piel de la gente,
perlada de sudor. Una leve pero perceptible fragancia de almizcle y agua de
rosas se extendió por todos tus rincones. El pueblo, ávido de señales de
esperanza que mejoraran su vida, entendió que la niña era ese signo y, como un
acuerdo tácito entre todos ellos, legitimaron a Petronila como reina de Aragón
o, al menos, como su reina, la de
Barbastro.
A los musulmanes se les desplazó extramuros y con sus
negocios de carpintería se instalaron en la Fustería. Los nuevos cristianos
ocuparon las casas y huertos de la morería y los judíos de más poder económico
fueron ocupando los lugares preferentes
de la ciudad nueva, que se extendía hacia los arrabales de San Francisco,
creando nuevos espacios donde mercadear sin apreturas. Había nacido la plaza
del mercado.
Conocedores somos de que Germana de Foix, segunda
esposa de Fernando el Católico, te premió, en 1512, con la feria más importante
que tiene la ciudad, y que perdura en el tiempo, en fechas alrededor del día de
la Virgen de febrero y desde entonces eres Candelera.
La feria, por motivos de espacio, se bajó al
“cursus” (El Coso) y te quedaste nuevamente sola, pero no olvidada. Pasaste de
ser corazón de la ciudad a centro del barrio entremurano. Tu fisonomía fue
cambiando hasta llegar a la coqueta plaza que eres ahora, pero entre tus
pliegues guardas la historia de Barbastro y aunque ya no eres ágora ni foro,
sigues siendo escenario de grandes eventos, pues tus vecinos te llenan de luz y
color durante las fiestas del Cristo y cuando, brillantemente, se rememoran los
esponsales en el mismo escenario donde ocurrieron.
Es un acierto que, desde hace unos años, una procesión de la Semana Santa de Barbastro cruce el barrio del Entremuro. El “paso” descansa en tu centro y la gente, expectante, te rodea. Los tambores siguen con su estruendo ensordecedor y en un momento dado se hace un silencio total, lleno de emoción, y fluyen las jotas hechas oración, dedicadas al “Caído”. Sólo tú, Candelera y tu entorno podéis generar una atmósfera tan mágica como la que allí se crea.
Plaza de la Candelera Procesión de Las Tres Caídas Semana Santa de Barbastro |
A veces cruzo la plaza de la Candelera entrada la
noche. Cuando la invade el silencio, me gusta sentarme en una de sus gradas y
pienso que aquel espacio, encadenado al tiempo, es como una biblioteca donde se
recoge buena parte de la historia de nuestra ciudad. Aspiro profundamente y me
parece percibir aquella suave fragancia que imagino emanaría de la reina niña, hace más de 850 años.
Su aroma permanece aún en la plaza y es que para los
barbastrenses nombrar a Petronila es lo mismo
que decir Entremuro y Candelera.
Alfonso Ordín Náger
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