Dos damas a las que la calle Monzón capta su atención. Alejada del objetivo, la ilustre vecina en su casa: cuna de una estirpe de comerciantes, que se mantienen en la calle con la persiana bien abierta.
Mi abuela Carmen (Verano 1989) |
Encontré la fotografía que inspira esta entrada y, con la alegría que me tenía reservada mi balcón, vinieron a mí otras imágenes del pasado, en las que ese mismo rincón de la casa era una fuente de distracción cuando la calle se convertía en un lugar remoto e inalcanzable, o cuando, yo misma, sentada sobre sus baldosas, leía con fruición ajena al bullicio callejero y a mi espalda apretada contra la barandilla.
Por los balcones, muchas
tardes, llegaban melodías interpretadas al piano desde un piso situado encima
de La Rosaleda. El artista era el hijo de José, propietario de esa mercería y
tienda de regalos de cálido recuerdo. Y desde uno de nuestros balcones teníamos
a la vista, casi al alcance de la mano, el activo taller de Escola, maestra en
el arte de la costura.
Durante muchos años, los
balcones de la calle Joaquín Costa ofrecieron una programación de lo más
variopinta; desde un continuo ir y venir de gente, atraída por la multitud de
tiendas asentadas en ella, a procesiones o, más recientemente, a actividades
organizadas por la desaparecida Asociación de vecinos del barrio de San
Hipólito, que además, en días especiales y junto a los comerciantes, engalanaban
su recorrido como sólo ellos sabían hacerlo.
Hoy, sin embargo, la calle
parece que se escondiera tras nuestras contradicciones. Apenas ha amanecido cuando
la cuadrilla del Ayuntamiento se afana en su limpieza; mientras, ya desde esas
horas, hay personas que la eligen para abandonar los residuos de su mascota, a
la conveniente distancia del edificio propio.
Su condición de calle
peatonal se diluye cuando, impunemente, los coches pernoctan en ella o
conductores de bicicletas y patinetes eléctricos la recorren en cualquier
momento, también en dirección contraria, o la invaden desde calles aledañas.
Sorprende comprobar que las dos únicas papeleras que la "adornan" están separadas sólo por 30 metros, mientras que el resto de la calle, y la mayoría de las adyacentes, carecen de este elemento tan apropiado para facilitar un uso adecuado de la vía.
Confieso que a veces no
veo su belleza a pie de calle, entonces necesito mirarla con perspectiva y me
asomo al balcón. O vuelvo a intentar reconocerla en otro momento y, entonces, si la transito con lentitud, percibo que la calle me habla en presente … Su
historia comercial se engrandece cada día con apenas media docena de
establecimientos dispersos y, en algunos tramos, se adivina por rótulos y
escaparates que quedaron a oscuras. Es una artesana de la convivencia y revalida sus habilidades con frecuencia. Además, resulta difícil transitarla sin coincidir
con una cara amiga y entablar conversación.
Me reconforta comprobar
que algunos paseantes la visitan cada día o que haya vecinos que se mantienen
fieles a la calle y a sus aledañas; y más, si cabe, que otros proyectan el
regreso a la calle Joaquín Costa.
Siempre facilitadora,
cómplice de otras vías; acogedora para los turistas, a los que conduce hasta el
Museo de los Mártires Claretianos, cuyo acceso está en la calle Conde, o los
atrae hasta el mural de David Gatta, situado en una joven plaza, que comparte
con la calle Saso y Saurina, fruto de un acuerdo encomiable por el que uno de
los dos solares inmundos se transformó en ese espacio respetado por todos.
Luces y sombras en mi
calle, que me complace descubrir por las mañanas, cuando vuelvo a ella desde
General Ricardos. Fachadas iluminadas por el sol, frente a otras, en umbría a
esas horas del día y siempre, ayer y hoy, la torre de la Iglesia de los Padres
Misioneros, marcando las horas para los que están en sintonía.
Algunos días, al caer la
tarde, el alma gitana se expande al compás, desde la Iglesia Evangélica de
Filadelfia, frente a la casa de los Misioneros. También ese lugar de culto,
afortunadamente reabierto, nos recuerda que el barrio de San Hipólito es rico
en acentos.
Mi calle tiene una
paciencia infinita, sabe que las modas encumbran u olvidan zonas de la ciudad,
estilos de vida y hábitos de compra. E igual que algunas tardes, en ciertas
esquinas, demuestra que después de la tempestad llega la calma, reconoce que es
necesario remar sin descanso para que, cuanto antes, podamos vivir las calles con
agrado y entremos en la próxima ola con fortalezas: Calles limpias a cualquier
hora, con edificios cuidados y sin solares deplorables.
Los vecinos y paseantes de
la calle Joaquín Costa y aledañas, junto con la Administración municipal,
tenemos la palabra.
Calle Joaquín Costa, al despertar |
Qué suerte poder compartir este recuerdo tan profundo. Entrar y ver a yaya Carmen en esta calle, en esta casa!.
ResponderEliminarSiempre que me acerco a Barbastro no regreso a casa sin darme un paseo por la calle Joaquín Costa , una calle familiar, especial,llena de recuerdos, para mí ha sido y es el corazón de esta ciudad.
Gracias por tu cariño, Marisú y por seguir el blog de una forma tan activa
ResponderEliminarMuy bonito Charo me ha encantado
ResponderEliminarGracias!!!!
ResponderEliminarAl entrar en el Blog y ver esa foto de MI MADRE, he tenido un impacto tremendo, han pasado por mi mente infinidad de imágenes y pensamientos, es tan natural, tan ella, que pensé por un instante, que mi M A D R E había vuelto.
ResponderEliminarGracias CHARO, por escribir tan maravillosamente, sobre Tu CALLE, vuestra CALLE, y también un poquito "MI CALLE", por que mi mente esta llena de grandes y hermosos recuerdos, de la Calle Joaquín Costa nº10.
Gracias, un abrazo grande, de tu tío Marcial.
Charo, que bonito!!!! Leerte me mueve tantas emociones!!!! Por esa época ya os había conocido. Doy gracias por ello!!!!
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