¿Habéis
probado las ciruelas “claudia” recién cogidas del árbol? Cuando yo iba a
comprarlas. a la calle Esparza, me fascinaba el modo en el que me las vendía
Pilarín. En la puerta de su casa o en el patio y, algún tiempo más tarde, en
una habitación contigua, estaban dispuestas las verduras cultivadas por su
padre y entre ellas se encontraba la cesta con la fruta favorita de mi madre.
Desde
la ventana, me había dado la bienvenida y al instante la tenía a mi lado,
sonriente y dispuesta para la venta. Charlábamos un poco mientras ella daba un
repaso a su género: tiraba las hojas mustias de alguna lechuga o ponía en orden
tal o cual hortaliza, hasta que en un momento dado, tras conocer la cantidad de
ciruelas que yo necesitaba, iniciaba la ceremonia que iba a atrapar por
completo mi atención y mantendría mi vista fija en sus manos.
Con
ágiles dedos y sumo cuidado, para no alterar la forma de la ciruela, escogía el
ejemplar y lo depositaba en un plato de la balanza. En esta acción, reiterada e
hipnótica, combinaba destreza y delicadeza y ponía especial esmero en “las
claudias” que habían estallado o en las que la pulpa estaba a punto de
aflorar.
Calle Esparza |
El dulzor de aquellas ciruelas verdes y
carnosas, que entonces no apreciaba, lo busco ahora cada verano en este fruto,
que siempre me trasporta a la Esparza.
En aquel tiempo, recorría esta calle, desde Joaquín Costa hasta el Colegio de La Merced (“las Nacionales”), y a la inversa, cuatro veces al día; había sido la elegida para ir a la escuela, no porque tuviera menos desnivel que otras adyacentes, sino a pesar de su gran pendiente. Y le fuimos fieles pese a que una mañana la calle nos dejó atónitas; nada más iniciarla vimos cómo los escombros de una casa se acumulaban en la vía y nos impedían el paso. El accidente nocturno causó un gran impacto en el vecindario, pero no ocasionó daños personales ni al propio dueño del inmueble, al haberse refugiado en la bodega. Desoyendo las recomendaciones familiares, pasados unos días del derrumbe, regresamos a la Esparza.
También
ahora conviene volver a la calle Esparza, como a todas las aledañas de la calle
Joaquín Costa, para comprobar cómo respiran. Si se las omite y sólo se pone el
foco en otras zonas “elegidas”, la valoración de la ciudad tiende a ser
favorable, pero carece de veracidad. En el centro de Barbastro, hay calles que
todavía no tienen papeleras y son muchas las carencias que comparten, mientras
claman por una mayor atención municipal.
Si bien la Esparza de mi infancia conserva el olor a limpio de Casa Turmo (*) y la belleza de “las claudias”, la calle de hoy me desconcierta. Reconozco la majestuosa higuera, que poco a poco se adueñó del solar de la casa desplomada, y cómo no, la parra que se aferra a la casa encalada, también la presencia de vecinos a los que la calle les preocupa y los ocupa, pero echo en falta un equilibrio entre el vivir y el convivir, que sería el encargado de devolverle su grandeza.
(*) Droguería centenaria, que cerró la persiana en 2008. Desde 1921 estuvo situada en la calle Joaquín Costa, esquina con la Esparza.
"Muchisma" faena hay en esas calles!!
ResponderEliminarMuy bonito y que recuerdos ojalá fuera la calle de cuando éramos pequeñas
ResponderEliminarBonita entrada Charo!! Una vez más me acercas con tus recuerdos a estas calles, a sus tiendas y a su gente.
ResponderEliminarFelicidades!!!
Precioso artículo. En este caso cualquier tiempo pasado fue mejor. Gracias por traer a colación estos momentos.
ResponderEliminarGracias Charo por evocar a mi madre y a mis abuelos, por mantener viva la memoria y reivindicar las atenciones que necesita esta calle siempre.
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