El 6 de enero, en Santo Domingo 23, no quedaba un sueño por cumplir; el día aún no había amanecido cuando mi padre nos avisaba de que habían pasado los Reyes. Durante el corto recorrido del dormitorio al balcón del cuarto de estar, en pijama, no recuerdo haber sentido frío ninguna madrugada de Reyes, sino todo lo contrario; la emoción nos hacía saltar de alegría y al descubrir lo que aquel modesto balcón atesoraba, nuestra casa se colmaba de felicidad.
Eras de Palá, entre la calle Santo Domingo (izq.) y la avenida de la Merced (dcha.) |
En enero de 1985 ya hacía
por lo menos 15 años que vivíamos en la calle Joaquín Costa y el pequeño mundo de mi
niñez, tal como se adivina por la fotografía que ilustra esta entrada, se iba
difuminando poco a poco. La fábrica de coloniales de Ignacio Palá hacía tiempo
que se había cerrado y las casas que seguían en pie ya estaban vacías, a excepción
de la de José y Rosario, cuyo huerto, tal vez, no llegara a la primavera
siguiente.
Mi calle Santo Domingo se
abría y se abre, casi en el tramo final, a dos explanadas que fueron eras para trillar cereal además de lugares de esparcimiento infantil. Hoy hablan, a
quien quiera escucharlas, de la degradación de una céntrica zona delimitada por la calle
Santo Domingo (que la sufre al completo) y la avenida de la Merced.
Hubo un día en el que la calle fue
olvidada por los responsables municipales y así continúa, si bien los viandantes
la siguen utilizando y algunos de ellos además abandonan desperdicios por
los márgenes o los acumulan en determinados lugares, que se convierten en
pequeños vertederos clandestinos. Ni tan siquiera el espacio que es utilizado
como aparcamiento reúne condiciones para ese uso, ni por el estado del suelo,
ni por la falta de limpieza, alumbrado, delimitación de plazas, etc.
En la fotografía, la calle
Santo Domingo se me esconde bajo la nieve, pero adivino su trazado, unido a la era de Perallón (a la izquierda de la imagen), y lo sigo apresurada porque sé que me lleva a casa. Aunque el objetivo de la cámara no llega a captar la puerta de entrada, ya que se queda en la parte más alta de la calle, en la “era de abajo” me regala la
presencia del cobertizo donde mi hermana y yo descubrimos que el guardabarros
de nuestro pequeño camión Ford podía convertirse en un
tobogán particular. La diversión
terminaba cuando había que poner el vehículo en marcha; ante nuestro asombro,
la manivela accionada desde la parte delantera, que mi padre hacía girar con
ambas manos bien apretadas, desprendía un ruido inquietante que se modulaba,
más pronto o más tarde, con el arranque.
Mi tío me recuerda que ese espacio techado, que formaba parte de nuestra casa, se había construido para guardar la galera de Palá y me habla del caballo que tiraba de ella y del amor que mi padre tuvo por aquel animal, que no llegué a conocer.
Ni la fábrica de tejidos
de A. Soler, ni la vivienda de Luna, ni las galerías de mis amigos
del Coso, ni la torre de la Catedral (no tan cercana, pero igual de presente en
ese escenario), fueron encuadradas en esta fotografía
de luz mortecina, aunque todas estas imágenes iluminan mi memoria del tiempo vivido en Santo Domingo, en el que las únicas escapadas consistían en bajar a la calle General Ricardos para recoger, en la Imprenta
Santamaría, la Vanguardia reservada al Sr Soler, o comprarle a este querido vecino una botella de Vichy Catalán, en la tienda de José (actualmente, Modas JAL).
La que fue mi escuela
hasta los 14 años, en el año 1985, aún mantenía su actividad docente y así
continuaría hasta la primavera de 1995, fecha en la que empezó su andadura el
actual Colegio Público La Merced, situado la calle del Beato Florentino
Obispo.
De "La Merced" recuerdo las consignas de Dña. María, los dos cursos mixtos de Dña. Dolores, el mes de mayo ..., pero sobre todo el recreo: bullicioso y amigable. Al distinguir el patio del viejo colegio y la balaustrada de su cerramiento, sobre la avenida de la Merced, recupero vivencias de una niña de cinco años, que a partir de un momento empezó a entusiasmarse con el baloncesto y a percibir el amor por el deporte, trasmitido por la señorita Edelmira.
Regreso al presente para reivindicar medidas urbanísticas para la calle Santo Domingo, como vía perteneciente al Ayuntamiento de Barbastro, entre las que la pavimentación y un servicio de limpieza adecuado son aspectos básicos a los que tienen derecho los vecinos de la propia calle, o los de General Ricardos y el paseo del Coso, cuyas casas tienen salida a Santo Domingo, o también aquéllos que, desde la avenida de la Merced y las urbanizaciones cercanas, la utilizan diariamente; sin olvidar a los conductores que ven oportuno no llegar al centro de la ciudad en coche y optarían, con agrado, por dejar su vehículo en una zona preparada, que a día de hoy es una quimera.
Cómo contrasta la placidez que me devuelve la foto nevada con la tristeza que me despierta el subir por la calle Santo Domingo e ir llenando una bolsa de basura tras otra, para al final depositarlas en los contenedores de la avenida de la Merced, por supuesto sin haber encontrado una papelera en todo el trayecto.
Enero es el mes de los
sueños cumplidos, ojalá lo sea también para la calle Santo Domingo y su entorno
(*)
(*) “Tiempo de margaritas”, 5/5/2021; “De los porches
del Rioancho a la calle Santo Domingo”, 07/02/2021; “Calle Santo Domingo",
07/10/2020 (Otras entradas de este blog con atención a la calle Santo Domingo)
Preciosa entrada Charo!!! Gracias por compartir estos momentos!
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