sábado, 1 de octubre de 2022

UN LIBRO Y UNA CALLE

En julio de 1937 dos telegrafistas fueron deportados, desde Madrid, a la estación telegráfica de Barbastro, situada en la calle Monzón.

Acertó mi amigo Joaquín Jurado cuando pensó que me iba a gustar el libro que acababa de leer; El telegrafista de Barbastro es la historia de uno de aquellos funcionarios novelada por su hijo (Pedro Carrero Eras), al que Ruth Zamora entrevistó para El Cruzado Aragonés, en noviembre de 2021.


Librería Ibor
Calle General Ricarcos, 25  (Barbastro)
 

La oficina de Telégrafos a la que se incorpora el protagonista, pegada a mi casa y que no llegué a conocer, ha sido el ancla que me ha unido a él durante toda la novela. He disfrutado con esa proximidad casi física, aunque el miedo y la tristeza me han acompañado hasta el final, y más allá.

Viajar a las historias de la calle Monzón siempre resulta estimulante y si además lo hago de la mano de Joaquín Jurado la emoción está asegurada. El préstamo del libro ha terminado siendo un regalo: “quiero que este libro se quede en vuestra familia”, como lo han sido también las sucesivas charlas que siguieron a la lectura y algún paseo por mi calle. Joaquín está lleno de vivencias y de amigos, si bien la mayoría de ellos se han ido yendo. Al contarme anécdotas de su vida he sentido, de alguna forma, que la historia del telegrafista continuaba por el Barbastro de los años cuarenta y cincuenta.

Mi amigo empezó a trabajar en la calle Monzón con 14 años como repartidor de telegramas, en la misma oficina que César Campos, el protagonista del libro, ¿podía caber una coincidencia mayor?

A los pocos días de empezar, previos a San José, un reparto en una calle muy cercana a la estafeta le reportó una propina de 5 pesetas. Llamándose Pepa la destinataria no había duda de que el mensaje contenía una felicitación muy especial, que hizo desbordar su generosidad hacia el zagal.

Pasado el año 1939 el telegrafista dejó la oficina, a la que se había reincorporado, ya como Jefe, terminada la guerra, y Jurado llegaría hacia 1945. Le doy vueltas a la idea de que de haberse conocido se hubieran hecho amigos, a pesar de la diferencia de edad, ¡es tan fácil con Joaquín! Pero César Campos se fue de Barbastro (punto en el que termina la novela) para compaginar su labor en la Central de Telégrafos con la de Químico, en el Instituto Nacional del Cáncer (Madrid). Llegaban tiempos de empalmar trabajos y mi querido Joaquín no fue una excepción.

Las charlas con Jurado están llenas de nombres y apellidos, aunque de lo único que se queja es de que alguna vez la memoria le flaquea a la hora de recordarlos. Se palpa el agradecimiento que siente hacia todos aquéllos que han pasado por su vida, personas de las que ha aprendido más que de los libros. Desde D. Wladi, el maestro, y “gran dibujante”, al que acudía todas las tardes antes de ingresar en el banco, hasta los compañeros con los que se encontró allí. Se detiene en elogios hacia el Interventor, su jefe, el Sr. Arnal y hacia José Luis Beltrán. Rememora la alegría que tuvieron cuando éste ganó un concurso para publicar la tira muda de un periódico de Copenhague y me cuenta cómo llegó a ser conocido por TRAN. Sabía que los dos eran unos espléndidos artistas, pero Arnal “dibujaba para él”.

Joaquín sólo estuvo un año de repartidor de telegramas, pero la calle Monzón siguió guiando sus pasos. Tras su colocación en la estación de Telégrafos, estuvo cuatro años en Intendencia, cuya oficina estaba situada en las proximidades de la plaza de la Tallada, y en 1949 encontró el destino definitivo en el Banco Central (nº 1 de la calle). En este repaso de su vinculación con la inolvidable vía, actual Joaquín Costa, añade sonriente el nacimiento de su primer hijo, en la clínica del Dr Cobo (nº 4)

Jurado llegó a Barbastro desde Fonz, a los 10 años. Entre los primeros recuerdos están los escolares, en los Escolapios, y aparece en la charla la sociedad de boletes que decían haber creado con Paco Jordán y Enrique Armisén. La risa le brota espontánea, como en otras ocasiones durante la conversación, esta vez por no recordar ya en qué consistió la alianza infantil.

Tal vez entonces empezara a definirse el Joaquín sociable, amante de los amigos, comprometido con los equipos, colaborador: cualidades indiscutibles de su personalidad. Me habla con emoción de la Sociedad de la Virgen del Plano y de todo lo que le enseñó el Sr Pomar; también del nacimiento de la Peña Ferranca y, cómo no, de su vinculación con el grupo Scout Calasanz, así como de la labor realizada por Vicente López Cajal, “el alma de los Scout”, dada su implicación en el proyecto liderado por Javier Bosque y Antonio Dieste.

El presente lo enriquece su familia y al mencionar a sus cinco nietos (¡4 nietas y Pablo!) los ojos se le llenan de amor y admiración a partes igual.

Nuestro encuentro termina donde empezó, en la calle Monzón, "nuestra calle", hasta donde me acompaña antes de dirigirse a la Biblioteca municipal; allí le gusta ojear el Cinco Dias, y me dice, "de política, nada de nada".

Ya decía yo que se hubiera llevado muy bien con el telegrafista.


Joaquín Jurado, en La Virgen del Plano (Barbastro)

Gracias, Joaquín, por el cariño con el que hablas de la calle Monzón y de los míos; también por presentarme al telegrafista de Barbastro y compartir tus recuerdos.

Pido que tu curiosidad continúe hasta el infinito.

4 comentarios:

  1. Histórico y tierno

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  2. Bonita y tierna historia. Haces que esté contigo escuchando, aprendiendo...gracias por compartirla!

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  3. Que suerte Charo encontrarte todavía con los protagonista de una manera u otra de la vida de tu ciudad.Es un privilegio.Gracias por hacerme participe de ella.

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