En el tiempo que hoy
canto, los márgenes de la calle o cualquier resquicio compatible con la vida se
inundaba de ababoles, y donde hoy se abandonan con impunidad latas de cerveza y
desechos varios, entonces, crecían las margaritas.
La Fábrica de géneros de
punto A. Soler es un viejo edificio, desvencijado y perimetrado
por multitud de recipientes de plástico, vacíos y llenos de comida para gatos.
Tal y como hoy lo vemos,
es obvio que el alma de este caserón de la calle Santo Domingo ya no se
manifiesta a cualquier transeúnte que llega a su altura; la ensoñación se
reserva para unos pocos, entre los que nos encontramos aquéllos que tuvimos la
fortuna de crecer en compañía de sus propietarios.
−¡Pili Paaaaaa-rraaaa!, ¡Miguel
Ánnnnn-geeeel! …
Ante nuestra llamada, a
voz en grito, estos hermanos acudían a mi calle con prontitud, aunque la mayoría de las veces llegaban por iniciativa propia. Para mis amigos, Santo Domingo tenía infinidad
de atractivos: jugar en las eras de Palá (“la
de arriba” y “la de Charo y Lola”), y
en la de Felisa; preparar obras de teatro en nuestra casa; charlar con el Sr Soler y
disfrutar de su jardín …; imitar a los cantantes de moda, en las ventanas de la fábrica (improvisado escenario unipersonal): "En la arena escribí tu nombre/y luego yo lo borré/para que nadie pisara/tu nombre María Isabel", como decían Los Diablos allá por 1969.
Pero también, reunirnos con los vecinos de la parte baja de la calle, es decir, los que vivían pasada la morera (espléndido árbol, situado hacia las “escaleretas”, que fue alimento esencial para nuestros gusanos de seda), o con algún otro amigo de la calle General Ricardos, con acceso a Santo Domingo. Y, por supuesto, con los chicos que vivían en la avenida de la Merced.
Con el selecto grupo de
amigos del corazón, alguna tarde de verano, desoyendo las recomendaciones de
los mayores, nos adentrábamos en su senda para llegar hasta la demba, una zona de vegetación frondosa y
enmarañada que, solventado algún impedimento que nunca llegamos a superar, bien
podría extenderse hasta los “Artetes” (actual
calle Fonz).
Para todos nosotros, Santo
Domingo y su entorno eran sinónimo de libertad y entretenimiento.
Día tras día, (no
más allá de mis 12 años), repetíamos encuentros,
juegos y ceremonias, que nos daban una felicidad de la que también formaba
parte el aburrimiento y del que, por cierto, nos liberábamos con imaginación y
compañerismo.
Al transitar ahora por la calle
y observar el estado en el que se encuentra toda la zona, tengo la percepción
de que en mi niñez se ocupaban los lugares sin degradarlos, se utilizaban o se
disfrutaban, pero su dignidad no sufría mella alguna.
En el tiempo que hoy canto, los márgenes de la calle o cualquier resquicio compatible con la vida se inundaba de ababoles, y donde hoy se abandonan con impunidad latas de cerveza y desechos varios, entonces, crecían las margaritas.
Gracias por transportarnos con tus palabras a un rincón agradable de nuestros recuerdos, que aunque nos fuimos siendo yo muy pequeña, sí que los pude vivir a través de las historias que se contaban en casa.
ResponderEliminarGracias infinitas a ti, por tus palabras.
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarCharo, por unos instantes me he trasladado en el tiempo y he disfrutado de esas calles, eras y jardines repletos de margaritas....gracias por compartirlo!!!!
ResponderEliminarEstoy encantada con tu nueva entrada. Es muy especial para mí en todo su contenido. También ha sido maravilloso saber que, ha despertado recuerdos que dejaron huella en sus corazones a personas que compartieron aquellos inolvidables años.
ResponderEliminarHoy, me has vuelto a sorprender con una pequeña pero significativa ampliación de esta publicación.
Gracias Charo, espero con ganas y paciencia tu próximo relato.
Charo , que bonitos recuerdos. Yo que llegue a Barbastro muchos años después, recuerdo escapadas en la libertad que daban estos pueblos en nuestra niñez. En mi caso uno muy pequeñito de la provincia de Soria.
ResponderEliminarGracias Charo.