jueves, 26 de noviembre de 2020

CALLE ALCALDE MORA CLAROS (HUELVA)

Los veía a través de ventanas enrejadas.  Eran ya, indefectiblemente, las cinco de la tarde. Con movimientos suaves se acomodaban alrededor de las mesas y en pocas ocasiones una voz conseguía sobresalir del murmullo que entre todas formaban. Los ancianos que captaban mi atención me transmitían sosiego aunque la calma se viera interrumpida tan pronto como incorporaban una nueva ficha a las partidas: el jugador, con inusitada energía, colocaba a la elegida y de ella salía un quejido, que junto a otros muchos acababan por conformar una melodía llena de vida.


Palacio Mora Claros
Fuente: www.andalucia.org/es/huelva-turismo


De aquellas personas me separaban casi 50 años y la calle Mora Claros. Me sorprendía la fuerza que derrochaban y, en aquel momento, me costaba creer que llevaran tanta vida encima como delataban sus rostros. En la casa palacio del  empresario y político onubense, que dio nombre a esta vía peatonal, estaba ubicado un centro de recreo para la tercera edad y frente a él, el balcón de mi habitación.

Hay ciudades en las que habitamos y otras, como me ocurre con Huelva,  que nos habitan.

El Conquero al anochecer, el paseo del Chocolate, La Rábida y nuestras reivindicaciones estudiantiles,  y, ¡cómo no!, los cabezos, que han pintado de color anaranjado los años que viví allí, permanecen en el recuerdo de un pasado muy lejano. Sin embargo, hay dos calles que cuando llegan al  presente se instalan de tal forma en él que tengo la sensación de que aún las transito.

Una es la calle Mora Claros, inseparable de las partidas de dominó y la otra, la calle Puerto, que siempre viene acompañada del calor de la familia Figueroa: Figueroa Egea, Figueroa-Clemente, Figueroa-Sánchez y González Figueroa. Y a todas las ilumina el alma de la anfitriona de mi casa, Dª Enriqueta Figueroa Egea. Una persona bondadosa, humilde y carismática, que abrió las puertas de su hogar y me hizo sentir que formaba parte de él.


Galería interior, c/ Puerto, 35


Aquella casa es Puerto, 35, edificio que adquirió, en la segunda mitad del s XIX, recién regulados los estudios de Farmacia, D. Eduardo Figueroa Alarcón, de profesión farmacéutico. Procedió a la apertura de su farmacia y optó por alzar una nueva planta para ocuparla como vivienda. La familia gestionó la farmacia durante 100 años y en 1947 ya había tomado el testigo profesional D. José Figueroa Egea, al abrir otra en Punta Umbría (Huelva). Se trataba de la primera asentada en ese pueblo costero y estuvo dirigida por su fundador durante toda su vida.

Si en principio el acceso a la histórica farmacia se ubicó en la calle Puerto, remodelaciones tempranas ampliaron de nuevo las zonas de vivienda y la puerta de entrada se situó, y allí continúa, en la actual calle Mora Claros o calle Botica, como popularmente aún se la conoce, a pesar de que perdiera esa denominación a finales del s XIX.

Me gusta creer que la calle Mora Claros se desprende generosamente de su nombre y se reconvierte en calle Botica para que volvamos la vista a los orígenes de las farmacias y con ello rendir un silencioso homenaje a la familia Figueroa, pionera en estos establecimientos tal y como hoy los conocemos.

Las calles Puerto y Mora Claros se dan la mano en la esquina que forman a la altura de Puerto, 35 y unidas en ese punto les doy la bienvenida tantas veces como me habitan.


Actuación vacunal en la farmacia a cargo de:
D. Eduardo Figueroa Alarcón y su hijo, D. Antonio Figueroa López (médico)
Archivo: Familia Figueroa-Sánchez

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