La excursión familiar se decidió a mediados de julio y poco antes de atarnos las botas para llegar al Puerto de Benasque me interesé por la edad que tenían las chicas de casa Montserrat, el día que salieron caminando desde Sahún en dirección a Francia. Aquel 29 de marzo de 1939, Joaquina iba a cumplir 18 años y Carmen tenía 14; el miedo hacía que muchas familias del valle abandonaran sus casas, y lo poco o mucho que tenían, camino de lo desconocido, ante el temor de la inminente llegada de las tropas. Ángela tenía 9 años, Nieves 6 y Luisa, la benjamina, hacía 3 meses que había cumplido 1 año.
Mi abuela Carmen, con las 5 hijas y 3 varones (aún faltaban por nacer Miguel y Marcial) “escapaban” a través de la montaña con incertidumbre y contagiados del coraje vecinal. En Sahún se movilizaron cuatro casas (Albá, Colás, Mata y Montserrat).
Las 4 excursionistas
dejábamos el coche en el parking de los Llanos del Hospital y comenzábamos a
caminar por una pradera ocupada por centenares de vacas.
Muy cerca de ese punto, en
el “pinaret” que hay encima del Hospital de Benasque, pasaron la primera noche
nuestros antepasados, tras una jornada caminando mujeres y niños (los hombres
habían tomado la delantera para asegurarse de que en el país vecino estaban las
familias que podían acogerlos). Madres jóvenes y abuelas, al frente de una
comitiva temerosa y sin recursos, llegaban hasta el Hospital de Bagnères de Luchon en la segunda jornada, y al día
siguiente, ya en aubobús, serían trasladadas a un campo de refugiados.
Peña Blanca |
Desde el principio de nuestra ruta, percibo la comprensión de mis tíos (Ángel, Antonio y Rufino) hacia la intención de caminar hoy arropada por mi abuela, mi madre y sus hermanas. Algunas veces noto su calor. Como mis padres, sé que ellas me quisieron desde antes incluso de haber nacido. Así de temprano fue su amor por las tres hijas de Carmen y Rafael, mantenido y demostrado hasta el final de sus días.
Joaquina murió cinco meses
antes de que naciera mi hermana la mayor, pero su amor nos llegó a través del
que nuestra madre sentía por ella, que aun siendo inmenso, decía, no alcanzaba
al que Joaquina depositó en cada uno de los miembros de la familia, durante su
corta vida.
“Coged a Luisa y dejadme”, pidió mi abuela al
quedar inmovilizada por la nieve.
Nosotras vamos bien
pertrechadas, también para el sol, aunque este día de mediados de agosto ha
amanecido nublado.
Caminamos a ritmo
tranquilo y constante; como siempre en los primeros tramos nos urge hacer algún
comentario y lo verbalizamos casi sin darnos cuenta, pero conforme el terreno
exige una mayor concentración cuerpo y cabeza se entregan a la tarea en
silencio. Disminuye la agitación mental, hoy vertiginosa en mi caso, fruto de
la ilusión que produce la empresa que nos ocupa y me encuentro ya sólo
pendiente de la pisada y atenta al camino.
Y alcanzamos Peña Blanca y
debo aumentar la precisión a la hora de encontrar el agarre adecuado para el
pie que se acaba de quedar al aire. Y un paso detrás de otro; a mí me ayuda la
pisada de quien me precede por la facilidad con la que encadena el movimiento.
En ese caminar, descubro la belleza.
Mirando atrás, el camino
recorrido se ve eclipsado por la visión del macizo de las Maladetas. Seguimos,
bien escoltadas por parte de esta impresionante cadena montañosa, mientras
vamos apreciando el brillo de las rocas blancas conforme el cielo se va liberando
de nubes.
Sabemos que muy pronto aparecerá una senda bien definida que nos llevará hasta lo alto del puerto de Benasque y
nos encontraremos con la angulosa “puerta”, abierta intencionadamente para
alcanzar Francia (con anterioridad el tránsito se hacía por el puerto de la
Glera).
Poco antes de llegar a ese
mordisco rocoso, El Portillón, me veo
atraída por su fuerza, pero aún así, nos situamos frente a él, casi por
sorpresa. La niebla impide la visión completa del otro lado y distinguimos una
pequeña porción del primer ibón francés.
Sin pensármelo, empezamos
el descenso hacia los Lagos de Boum (para el resto del equipo no era la primera vez). Los ánimos recogidos del grupo
se adueñan de mí y me resulta fácil salvar los bloques de piedra que conforman los
primeros metros del paso; enseguida se dibuja una senda en zigzag que nos lleva
a un ibón. Qué pronto desaparece a nuestra espalda la brecha por la que hemos
pasado, ¡la misma por la que pasaron ellos!. Al llegar abajo, ya con sol, las
aguas de los lagos alcanzan múltiples tonalidades, a cual más bella.
Reponemos fuerzas y
emprendemos la vuelta a casa.
A partir de este momento,
tengo ganas de sentarme junto a tío Tomás y contarle la excursión. Por la
tarde ha sido posible, ¡me esperaba!, y me ha dado detalles de la travesía que
él hizo con 10 años; junto a su abuela, madre y hermanos. Quién iba a imaginar que la niña Ángela, compañera de viaje, se convertiría en la
compañera de vida.
Tío no recuerda cuántos
días estuvieron en Burdeos, ciudad a la que había emigrado la familia que los
acogió, como lo había hecho la que se hizo cargo de la familia Montserrat. Pasados
no más de 10 días emprendieron la vuelta a Sahún. Entraron a España en tren,
por Irún hasta Huesca, y de allí, en autobús, hasta el pueblo.
Sólo Nieves permaneció más
tiempo en Francia, el suficiente para reponerse de una enfermedad vírica. Sabemos que regresó más hermosa y hablando francés.
Al volver a casa se
dieron cuenta de que no había necesidad de aquella huída y añade tío que en su caso, aunque se encontraron la despensa vacía, el ganado, a buen recaudo en
manos de una familia amiga, estaba sano y salvo.
Me confirma que de esta
aventura dura, y prescindible, ni abuelas ni madres quisieron hablar nunca.
Le digo que el próximo verano llegaremos hasta Bañeras de Luchón y asiente mientras se le iluminan los ojos; hace unos pocos años su deseo hubiera sido acompañarnos. Yo ya estoy pensando en contárselo.
Entrañable relato Charo , recordando a nuestros padres, abuelos, tíos...
ResponderEliminarExcursión preciosa, momentos inolvidables. Es difícil expresar todo lo que te transmite este paisaje tan salvaje. Volveremos!!
En este relato se aprecia bien que cada paso es un sentimiento de amor y cariño y cada mirada un recuerdo dulce. Mantendréis para siempre. el recuerdo de ¿esta excursión?, o, mas bien, un homenaje a vuestros antepasados. Enhorabuena
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