No hace mucho tiempo, me llamó la atención un artículo de Antonio y Toni Soláns, con sugerente título, al menos para mí: Las fuentes de Barbastro. En él, padre e hijo, relacionaban unos cuarenta caños, entre fuentes urbanas y situadas en las inmediaciones de la ciudad.
Identifiqué varias de ellas pues cuando era niño, allá por los años cincuenta, y con una cierta frecuencia, eran destinos maravillosos para pasar un rato en familia, en las tardes o días de verano.
Y de inmediato, recuerdos escondidos en los rincones de la memoria comenzaron a caer en cascada envueltos en olores, colores y sabores, sensaciones un tanto nostálgicas, que siempre acompañan a las evocaciones.
Dos de ellas eran las más frecuentadas por mi familia: La
fuente Franco y la fuente Pascual.
La fuente Franco se encuentra algo alejada de la ciudad, en la carretera de Salas, superado el molino nuevo. La excursión requería pasar el día. Situada cerca del río, tenía el valor añadido de que en sus proximidades el Vero formaba una “gorga” que permitía el baño refrescante. Su recuerdo va unido a olor a monte y río, y sabor a ensaladas y tortilla de patata.
La llamada fuente Pascual era mi preferida. Cercana al casco urbano, situada entre el camino de la Boquera y el río, (nada más pasar el actual IES Hermanos Argensola), se llegaba a ella en apenas media hora desde la plaza de La Tallada. Si bien no brindaba un lugar para bañarse, en torno al manantial ofrecía una zona cubierta de hierba fresca para que los niños retozaran. Y muy importante también para mí, la merienda en la fuente Pascual consistía siempre en pan con chocolate.
Aquel verano de 1954, fueron muchas las tardes de
excursión a nuestra fuente, pero de todas, recuerdo una que, para aquel niño de
nueve años que era yo, resultó especialmente emocionante y la mantengo en sitio
preferente en las estanterías de mi memoria.
Así pues, una mañana mi madre me anunció: hace un día muy
bueno. Esta tarde iremos a merendar a la fuente Pascual, y ya como despedida:
Solo iremos tú, yo y Pilarín (una vecina muy querida).
Era una preciosa tarde de mediados de septiembre que
invitaba al paseo, con mi bandolera al hombro (una bolsita de tela hecha por mi
madre), donde llevaba el bocadillo y una pieza de fruta. Cruzamos el puente del
Amparo. Barbastro comenzada a “pasarse” tímido al otro lado del río y a la
residencia de El Amparo; y al colegio, que luego fue instituto laboral, se
unían ya nuevas construcciones destinadas a viviendas.
La panadería Buera, llevaba algo más de un año abierta. La
serrería de Nevot y la cerámica del Sr. Gavin, se dejaban oír. Y del camino
La Barca, que al poco dejamos a la izquierda, continuamos por el de la Boquera.
Mi madre y Pilarín no dejaban de hablar y yo les interrumpí preguntando: ¿Por
qué se llama camino de la Barca?, ¿y por qué el de la Boquera?, ¿Por qué…?
Mi madre se paró en seco y me dijo: Siempre me estás preguntando
sobre algo que yo no sé responderte. No sé a quién has salido tan curioso e
insistente. Y continuó: ese señor alto
con el que coincidimos casi siempre en la fuente, que cojea de la pierna
derecha, se llama Pablo, dicen que sabe mucho, que es muy listo, pregúntale a
él, pero con educación. Ah!, y no seas impertinente, que tu curiosidad no tiene
límites.
El Sr. Pablo era un asiduo de la fuente. Alto y enjuto,
apenas doblaba su pierna derecha. Una extraña gorra le tapaba su sien izquierda
hasta la oreja. Comentaban que “se le veía el pulso”. Al parecer, en un triste
episodio de la guerra civil, recibió varios impactos de metralla. Alguno de
ellos no pudo ser extraído y las secuelas eran evidentes. La expresión de su
rostro, a veces dura, otras triste y muchas resignada, denotaba conflicto
interior. Culto, por lo visto, fue maestro de algún pueblo cercado, en la
República. Lo cierto es que todo el mundo lo respetaba pero sus conversaciones
eran escuetas y apenas iban más allá de meras frases de cortesía.
Cuando llegamos, estaba sentado en el sitio de costumbre con la pierna estirada y su mirada perdida en el infinito. Mordisqueaba una
brizna de yerba y miraba de vez en cuando a dos niños que se revolcaban entre
risas.
Mi madre y Pilar seguían charlando sin parar, tendrían algo
importante que contarse y quizá fue ese el motivo de la ocurrencia de visitar
la fuente en aquellas fechas. Yo me acerqué al Sr. Pablo, con mi bandolera y
aunque al principio no despegué la boca, él se dio cuenta de que algo “quería”
y me dedicó una leve sonrisa que me trasmitió confianza.
Saqué el pan con chocolate y comencé la maravillosa
merienda. Él mordisqueaba una manzana.
Cuando me pareció oportuno, comencé a exponerle aquellas
dudas de los caminos y otras cosas que se me ocurrían y él me aclaraba todo y
me atrevo a decir que lo hacía con cierta ilusión.
En un momento de la conversación, me preguntó: a
ti te gusta saber el porqué de las cosas ¿verdad?, En
principio no lo entendí. Luego deduje que era una manera más refinada de
decirme que era muy curioso y bajé la mirada. Y concretó: ¿te
gusta la historia?
Sí, le contesté. Me sé de memoria el Cid Campeador, añadí
rápido: fue el guerrero español más popular de la Edad Medía. Alférez de
Castilla … Levantó la mano parando mi retahíla y acto seguido me dijo de forma
solemne y como si fuera un secreto: Te voy a contar algo que poca gente sabe.
Yo me acerqué más a él y continuó diciendo: Cerca de aquí
se encuentran varias fuentes como la del Curto, La Paul y alguna más. Pero hay
una, siguiendo el camino de la Boquera, no lejos, que se llama la fuente del
Carpio.
Y te cuento, continuó el Sr. Pablo, que ya había cautivado
mi atención, hubo un caballero asturiano, hace más de 1200 años llamado
Bernardo del Carpio. Luchó y venció en la famosa batalla de Roncesvalles contra
Carlomagno. Se adueñó de la famosa espada del general enemigo Roldán,
llamada Durandarte. Bajó luego a tierras llanas, conquistó por
primera vez Barbastro a los moros y, al parecer, sació su sed en una fuente
cercana a ésta, que desde entonces es llamada la fuente del Carpio.
Mucho más se cuenta de este personaje legendario,
ya que, siglos más tarde, los trovadores cantaban sus gestas, pues se
escribieron romances y cantares sobre él, pero sería largo de contar y lo dejaremos
para otro día.
Movió su pierna mala y en su rostro se dibujó un gesto de
dolor. Yo miré de soslayo a mi madre y como no me prestaba atención, me atreví
a preguntarle: ¿Te hace daño la pierna? Un poco, me contestó y esbozó una leve
sonrisa entre triste y amarga, a la vez que acariciaba mi cabeza.
Mi madre me estaba llamando para irnos y fue el Sr. Pablo
quien me avisó pronunciado mi nombre por primera vez. Alfonso, te llaman, te
tienes que ir. Por dos veces me despedí de él.
En el camino de vuelta, no hablé nada, estaba sumido en la
historia que me contó el Sr. Pablo. Y cuando quise darme cuenta, habíamos
pasado la torre de Bamala, el matadero, la vieja fábrica de trapos y las
primeras “casas Baratas”, encontrándonos ya en el puente del Amparo. Aquella
tarde de la fuente Pascual, de olor a hierba y a huerta y sabor a chocolate, se
había convertido también en una tarde emocionante para mí.
Al Sr Pablo no lo he vuelto a ver, pero su recuerdo
perdura, como diría mi amigo Joaquín Coll, guardado en el anaquel de mi
memoria.
He querido visitar aquella fuente Pascual de mi infancia,
y ha sido imposible encontrarla. El paso del tiempo cambia el paisaje y el
viento. Ella que ofreció alegría durante años a niños y a adultos, ahora está
olvidada entre las arrugas de un nuevo paisaje, pero sigue viva en mi mente,
junto con el Sr, Pablo, el rumor del agua y aquellas tardes con sabor a
chocolate.
Alfonso Ordín Náger
Barbastro, hacia 1955 "Casas baratas" |
Muchas gracias, Alfonso. Esta vez quiero agradecer públicamente tu dedicación al blog. Eres un gran contador de historias y un enamorado de la HISTORIA; es un lujo contar con tus colaboraciones.
ResponderEliminarPara esta entrada, agradezco también la ayuda de varias personas a las que hemos preguntado por la localización de la fuente Pascual, y de forma especial quiero mencionar a Lola Clau, José Castellón (Gallo) y Jaime, quien hace 3 días se entregó a nuestra causa abriendo paso entre la maleza, desde el final del "paseo de los patos", hasta dar con la ubicación de la fuente (queda incluso un trozo del caño). Charo Castarlenas
Una historia estupenda, en un paisaje de nuestra niñez
EliminarCharo,Alfonso gracias por tener presente las calles las cosas de nuestro pueblo
Gracias Charo. Es un placer
ResponderEliminarInteresante y emotiva historia. Alfonso, cada publicación, nos haces disfrutarla y vivirla con la misma pasión que la relatas. Felicidades.
ResponderEliminarQue bien escribes hermano, las fuentes fueron la alegria de nuestras vacaciones de verano❤❤❤❤❤❤
ResponderEliminarGracias Alfonso, por tus relatos, nos envias de nuevo a la niñez
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarMe encantan tus escritos Foncho, me llenan de nostalgia y me trasladan a aquella maravillosa infancia, parte de la cual vivimos juntos en los Escolapios.
ResponderEliminarGracias José Miguel.
ResponderEliminarMuy bueno Foncho, has vuelto al realismo mágico. La infancia de aquellos años nos hizo soñar cosas maravillosas.
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarGracias
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