viernes, 13 de octubre de 2023

ANSELMO Y EL ALMA DE LA CATEDRAL DE LEÓN

Pico Fortún 
Comarca de la Tercia (León)

La mañana apareció luminosa aquel día de primeros de mayo de 1983, en la pequeña comarca de la Tercia. Este bello territorio está situado en la montaña central de la provincia de León y a través del Puerto de Pajares se deja atrás la meseta y se accede a Asturias. En su cielo, de intenso azul, se recortaban las crestas y picos montañosos que, como centinelas, la rodean. Las lluvias de abril acentuaban los diferentes matices verdes que invaden el valle, ofreciendo, a quien lo observa, una poesía visual.

 

En la plaza del Ayuntamiento (hoy plaza de la Constitución) de Villamanín, población que aglutina los ayuntamientos de los pueblos que conforman la Tercia, más de una veintena de niños y niñas del colegio público de Santa María de Arbas, de edades comprendidas entre los 12 y 14 años, esperaban la orden de subir al autobús para iniciar una excursión cultural a la ciudad de León, cuyo objetivo principal era la visita a la Catedral. La mayoría de los niños no habían salido de la zona, de manera que el propio viaje les parecía una aventura y una desbordante emoción lo ponía de manifiesto.

 

Uno de esos niños era Anselmo. Vivía en un pueblecito próximo a Villamanín, que en años pasados gozó de escuela. Aún hay quien recuerda con cariño a Doña Consuelo Buil (de Barbastro), su entrañable maestra durante bastantes años.

 

Fue de su abuelo materno de quien heredó, además del nombre, el interés por la historia, el arte y la cultura en general. Al abuelo Anselmo le tocó hacer la guerra civil en el frente de Teruel y quizá lo que vivió y vio despertó en él el deseo de saber el “porqué de las cosas”. Un autodidacta, pues apenas fue a la escuela, y siempre con un libro entre sus manos.

 

Se encontraban los dos en la plaza, abuelo y nieto y, junto a ellos, Paquín, su amigo inseparable y de carácter opuesto. Anselmo, fantasioso e imaginativo, Paquín tranquilo y con una madurez por encima de su edad. El abuelo les daba las últimas recomendaciones: cuidado Anselmo, no te despistes que eres mucho de “volar solo”. Por favor, Paquín, contrólalo.

 

El autobús partió camino de León. Uno de los maestros les adelantó el programa previsto: visita rápida a algunos de los monumentos más conocidos de la ciudad y, a primera hora de la tarde, la visita a la Catedral, que era el objetivo principal. Se hará caminando para que conozcáis también la ciudad, así que os pido la máxima atención.

 

Comenzaron viendo San Marcos y después fue el turno de San Isidoro. Breves las visitas y concisas las explicaciones. Algo de historia, época de construcción y estilo de la obra. No querían saturar a los niños con mucha información. Comieron en el Parque del Cid. Al terminar, pasaron a ver el precioso edificio construido por Gaudí (conocido como Casa Botines).

 

Ascendiendo por la calle Ancha, llegaron a la plaza de Regla (también llamada plaza de la Catedral). Era el momento esperado por Anselmo. Su abuelo y él, desde que estuvo programada la excursión, habían hablado mucho de ella. Estaba ante la “Pulcrha Leonina” (la bella de León). Su mirada encantada, delataba admiración.

 

Uno de los maestros se puso de espaldas al templo, reunió a los niños delante de él, y les dijo: Como veis, estamos ante la fachada principal de la Catedral de León dedicada a la Virgen de Regla. Su construcción se realizó a lo largo del siglo XIII. Es la catedral más afrancesada de España por su parecido con las de Chartres y Reims (ciudades francesas). Se trata de uno de los edificios monumentales góticos más importantes que existen. Destaca, entre otras cosas, por tener, quizá, la mejor colección de vidrieras medievales que existen en el mundo.

 

Anselmo estaba absorto mirando todo lo que le ofrecía aquella maravillosa fachada, en especial, el fantástico rosetón del que se dice que es el corazón de la ciudad y las puertas de entrada, en las que distinguió el cilindro llamado “locus apelationis”, donde se juzgaba a los reos.

 

Una vez dentro del templo, los envolvió una atmósfera de luz y color inigualable. Los chicos, sobrecogidos por aquel clima, se apiñaron alrededor de los maestros. Anselmo no podía bajar la mirada de las vidrieras que, tamizando la luz del día, convertían a ésta en una preciosa luz gótica con una infinita gama de colores.


Vidrieras del ábside (Catedral de León)