Hoy me he despertado con la estrofa de una canción en mi cabeza, y así voy toda la mañana, tarareándola mientras mis manos y mi mente saltan de rama en rama. Pero lo curioso es que aunque repito una y otra vez los mismos versos, la fuerza que transmiten se multiplica y no sé dónde me llevan …
"Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar"
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar"
En cuanto oigo la canción completa me llega la luz. La letra del inolvidable Labordeta viene a mí para darme confianza en las gentes que conformamos esta tierra y recordarme el poder del querer.
Desde hace unas semanas, dejamos que nos zarandee el recalcitrante virus y nuevamente nos levantamos con una cifra de contagios mayor que la del día anterior.
“SOMOS” está llena de palabras que han adquirido otra magnitud en la pandemia: labios, manos, rostros, hogar …, y hay una que por encima de todas nos muestra el camino, es la fraternidad. Ahora tenemos la oportunidad y la necesidad de hacer lo utópico posible; Labordeta, nos exhorta a emprender la marcha hacia ese objetivo común que se muestra aún lejano …
“Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar,
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad”.
Subyace algo en esta palabra que va más allá de la solidaridad porque nos coloca, indefectiblemente, en la posición del otro. En ese lugar cambiará la percepción; la de aquellos que no se protegen en todo momento porque el virus no va a poder con ellos, o se resisten a dejar de trabajar ante un diagnóstico positivo, o mantienen a sus asalariados en condiciones de trabajo indignas, incluso la de aquellos que pretenden proteger la vida deteniéndola ...
Ojalá todos aprendamos a ponernos en el lugar del otro, cuanto antes, para no seguir aumentando las cifras que muestran las estadísticas.
Ojalá todos aprendamos a ponernos en el lugar del otro, cuanto antes, para no seguir aumentando las cifras que muestran las estadísticas.
“Somos
como esos viejos árboles”.
¡Gracias, Labordeta!