Calle Federico García Lorca (Barbastro) |
En la casa donde nací, conocida como “Casa de Gómez”, ubicada en la plaza de la Tallada de Barbastro, en un piso de la tercera planta, vivía una familia formada por María, la madre, y cuatro hijos; tres varones y una mujer.
Nunca
vi cerrada la puerta de aquella vivienda. De María recuerdo su eterna sonrisa,
su delantal gris, su pelo recogido en un moño, sus manos rojas de tanto lavar
tripas y hacer mondongos y, sobre todo, sus cálidas caricias. Todos eran
cariñosos conmigo, contribuyendo a que los recuerdos que tengo de mi primera
infancia, donde vivir era soñar, sean tan bonitos.
El
más joven era Ángel, tendría 16 o 17 años cuando comenzó su vida laboral. En
casa fue muy comentado el hecho. Significaba un salario más en aquella familia,
con tantas bocas que alimentar. Quizá por eso mi recuerdo sea tan nítido. Yo
tendría unos 6 años.
En
tanto los hermanos acudían a sus trabajos, la hermana se encargaba de la casa, pero
no perdió la ocasión de emanciparse y se fue a Suiza. Era, y es, muy inteligente.
Pero
a María la vida le ganó el pulso, a pesar de su espíritu luchador. Era joven aún,
65 años, cuando “se pasó de cabeza”, como entonces se decía, y aquella persona,
que había sido guía vital para la familia, se fue deteriorando a pasos
agigantados. Mientras su memoria se diluía y los recuerdos volaban lejos, ¿a
Francia, quizá?, el gesto dulce del rostro se tornaba osco y perdió la sonrisa
que había aprendido después de muchos sufrimientos. La recuerdo en el “terrao” de
casa Gómez balbuceando palabras inconexas. Ya no me conocía. Miraba sus manos y
aún descubría en ellas las suaves caricias. Falleció al poco tiempo.
Al
hacerme mayor, me fui enterando, por comentarios que se deslizaban en casa, que
la familia de María había sufrido durísimos episodios, en los tiempos de la
guerra. Al cariño que les tenía, se unió la admiración y la curiosidad por
saber detalles de aquella historia.
Pasaron
los años tan deprisa como pasan las rachas del cierzo. Cuando volví a Barbastro
después de mi travesía laboral, aquel paisaje de la niñez había desaparecido. En
el lugar de la “Casa de Gómez” se levantaba un nuevo edificio. Nada quedaba de aquel
nido de almas sencillas, generosas y solidarias.
En
poco tiempo, los hermanos varones de Ángel se despidieron de la vida. Pilar, la
hermana, ya jubilada y en Barbastro, vive sola, con una cabeza admirable.